lunes, 8 de diciembre de 2008

Llegada a Koh Samet

El tren no ha tardado 14 horas sino 16 en llegar desde Chiang Mai a Bangkok. Estuvo casi un par de horas parado al poco de salir y nos temíamos que tendríamos que cambiar de tren pero al final pudo continuar. Se ve que la máquina no soportaba tirar de tanto turista.

Paco nos había comentado que nos bajaríamos una parada antes de la estación central de Bangkok pues esa parada es muy caótica.
El viaje ha sido más cómodo de lo que pensábamos, hemos dormido bastante bien en las asientos-literas del tren, hasta la seis de la mañana, cuando hemos llegado a Ayuthaya. La salida del sol en ese punto ha estado preciosa. Después, cuanto más nos acercábamos a la capital más cantidad de barracas íbamos viendo.
Cuando hemos bajado del tren nos estaba esperando Nino, la guía tailandesa que habla castellano y que parece un chico. Nos hemos separado de Paco con un fuerte apretón de manos y una propina de cien baths por los servicios prestados. Una vez Paco se ha ido, acompañado por un chico que ha ido a esperarle al andén para llevarle las malestas, Nino nos ha comentado que Paco vivía allí al lado. Silvia y yo nos hemos sonreido pensando que era la última picardía que ese perro viejo nos había hecho.
Con Nino y un chófer hemos ido de Bangkok a Rayong, el puerto desde donde hemos cogido una lancha rápida para llegar a la isla de Samed (Koh Samed).
Cuando hemos llegado a la isla nos ha ido a esperar una recepcionista del hotel que nos ha acompañado hasta nuestro bungalow. También nos acompañaba un pobre botones con las dos maletas que casi no sabía por dónde cogerlas. La recepcionista nos ha enseñado como abrir y cerrar la caja fuerte y también nos ha mostrado un corazón que ha hecho con las toallas ella misma, que maja.





Hemos dejado las cosas y nos hemos ido a buscar un sitio donde comer. Hemos acabado comiendo una pizza en un restaurante al aire libre, con unas Heineken en unos sofás.

Después hemos probado el jacuzzi del bungalow, sin burbujas, las hemos tenido que poner nosotros.

Al atardecer hemos salido de la zona de los hoteles intentando llegar a algún pueblo por una especie de carretera que rápidamente se ha convertido en un camino impracticable. Hemos llegado a otro hotel desde el cual se veía una bonita puesta de sol.

Los elefantes y el tren


Son las 16:20, quedan diez minutos para que salga el tren. Hace dos horas y media que llegamos a la estación de Chiang Mai, dentro del vagón se nota calor pero la cosa podría ser peor de no ser por el aire acondicionado, uno de los pocos lujos de los que goza nuestro vagón de segunda clase. Hace diez minutos nos ha invadido un ejército de turistas franceses. La astucia de Paco, nuestro guía, le
ha servido a él para mantener el sitio de enfrente suyo libre y así poder descansar las piernas, y a nosotros para poder tener más espacio libre sin agobiarnos con nuestras maletas grandes. Silvia se entretiene hacindo sudokus, Paco lee un diario tailandés y yo aprovecho para escribir estas lineas.

Este día tan caluroso empezó con una visita a un campo de entretenimiento de elefantes. Tal como suponíamos, es una idea para sacar el máximo de pasta a los turistas, pero, tanto Silvia como yo nos hemos divertido un montón con los elefantes.



En el mismo campo, hemos hecho una pequeña excursión en balsa por el río.



Y a continuación un paseo en carro tirado por vacas, en el que lo mejor ha sido pasar al lado de un poblado de la tribu Lisu; dos niños estaban saludando a los "farang" que pasaban en los carros y se han llevado una alegría al ver que les ofrecíamos caramelos. Esa alegría sincera ha sido lo mejor del día.



Después del campo de entrenamiento nos hemos ido a ver una granja de orquideas, no siendo época por lo que habían muy pocas y éramos los únicos guiris allí. En el mismo sitio hemos comido un buffet libre que no estaba mal.
Después del almuerzo nos hemos vuelto a Chiang Mai a visitar el templo de Wat Ched antes de irnos a la estación de tren. En ese templo me dio un achuchón que tuve que aplacar en los lavabos de los monjes del templo, sin papel y sin cadena. Tuve que sacar los kleenex y bueno, el regalo que les dejé a los monjes fue de consideración. Espero que no me guarden rencor o acabaré encarnándome en cerdo en una próxima vida. En fin, el tren ya se ha puesto en marcha y
por ahora no se está mal, ya veremos cuando lleguemos a Bangkok dentro de catorce horas y más de 700 kilómetros.

De Chiang Rai a Chiang Mai


Mirando el plan que hay para hoy parece que no nos espera nada especial, y la verdad, al final esa será nuestra sensación del día. Comenzamos yendo al templo Wat Rong Khun, un templo espectacular e inacabado, la Sagrada Familia de Tailandia según Paco, cuya construcción se financia con las donaciones de fieles, turistas y el merchandising. Yo he ayudado comprándome una camiseta muy chula.




Después del templo hemos comenzado un tour guiri que nos ha llevado por una fábrica de joyas de oro y jade, otra fábrica de tejidos de seda y otra de manufacturación de sombrillas. Todo esto hasta la hora de comer en el tradicional buffet libre para guiris. En cada fábrica se nos ha dado una breve explicación sobre el proceso realizado sobre el jade, la seda y el papel respectivamente para, a continuación, dejarnos mirar un buen rato qué queremos comprar.Aquí la manufacturación de tejidos de seda.



Aquí la fabricación de sombrillas.



Después de comer nos vamos a Chiang Mai, a visitar el templo de Wat Doi Suthep, 1056 metros por encima del mar, construido por el rey Gue-Na el año 1383. El complejo comprendido por el templo es gigante y precioso. Por un momento nos ha hecho olvidar el enfado que tenemos con Paco y la agencia por las visitas de turismo guiri del día que nos han endiñado, aunque cabe decir que en el momento que hemos llegado al templo Paco nos ha vuelto a dejar que lo visitemos solos mientras él se quedaba en la entrada con unos chicos que conocía para los que había traido ropa de invierno comprada en Mae Sai el día anterior.




Mientras esperábamos al chófer con la minivan nos pusimos a hacer fotos a estos niños con sus madres. Una monada (los niños).



Al bajar de la montaña nos acercamos a unas cataratas. Antes de llegar podemos ver unos puestos de comida especiales. Están llenos de delicatesses: gusanos, grillos, escarabajos, escorpiones,... Paco me dice que pruebe lo que quiera, así que me decanto por un gusano de seda grandecito, este sabe a morera, mmm!, y luego un saltamontes, que tampoco está tan mal.



Silvia y yo pasamos un rato paseando por el parque trazado alrededor de las cataratas hasta que el bochorno del ambiente nos impide continuar.



Ya es hora de ir al hotel. El hotel Tea Vana es un pasote, con una piscina para nosotros solos, acceso a
internet gratis, y una habitación espaciosa y agradable. El chapuzón en la piscina que me meto es memorable.



A las siete nos llama Paco. Tenemos una cena tradicional a las afueras de Chiang Mai, una cena que se acaba convirtiendo en otra trampa para guiris, casposa y sin ninguna gracia. Incluso en algunos momentos se nos pasa por la cabeza la idea de levantarnos y marcharnos pero al final nos rajamos y nos tragamos tal bazofia. Paco y el conductor nos han dejado en la cena y se ha
n ido a comer con los otros guías y chóferes.



Una vez acabado, nos llevan al mercado nocturno, donde un vendedor chino se ha enfadado con Silvia por ofrecerle ésta solo un 30% de lo que él pedía. Despues de un rato nos volvemos al hotel a descansar por fin.

De Lampang a Chiang Rai

¡Para variar esta mañana nos levantamos a las 6:30!. Tras el desayuno, en una mesa junto al río con unas vistas muy bellas de naturaleza tropical, nos dirigimos hacia el norte.



Pasamos de largo de Chiang Mai, a donde iremos mañana, y nos dirigimos hacia Pha Yao, ciudad con un lago muy grande en el cuál aún quedan muchos restos del Loi Katong celebrado hace casi una semana.



Aquí paramos a tomar un café y a comprar caramelos que luego daremos a los niños de las diferentes tribus que vamos a visitar. En esta parada aprovecho para degustar mi primer gusano de seda, sabe como los gusanitos pero más harinoso e insípido, la verdad es que no me aporta nada. Silvia se compra un bote de bálsamo de tigre para aplicar sobre las picaduras de los brazos; este bálsamo huele mucho a una mezcla de mentol y alcanfor, es un olor agradable.

Seguimos camino hasta Mae Sai, donde en un poblado cercano viven los Akha. Es una tribu original del Tibet y que hace alrededor de cincuenta años el gobierno tailandés permitió instalarse en su territorio. El anciano de la foto de abajo creo que es el único en toda la tribu que va vestido de forma tradicional, y únicamente con el objetivo de obtener unos baths de los turistas por dejarse hacer fotos. También en el poblado tienen puestos de artesanías como marionetas, que son muy típicas en toda la zona del Triángulo del Oro.



Paco nos dice que sólo demos caramelos a los niños, nada de dinero. Los niños, nada más llegar nos reciben pidiendo "money", pero al ver que les damos caramelos nos piden más.



Silvia intenta dar tanto a los que piden continuamente como a los que no dicen nada porque son más tímidos, También nos piden que les cambiemos en baths los euros que les han dado otros turistas, pues las monedas no las cambian en los bancos y no les sirven para nada; no accedemos pues nos quedan pocos baths y Paco nos advierte que si lo hacemos en menos de dos minutos tendremos a medio pueblo allí.
Los niños son unos pillos, me divierte ver lo pícaros que llegan a ser; jugamos con ellos hasta que nos toca irnos. Los nombres de Ase, Ape y Ake se me quedan clavados , así como los bonitos ojos de Su Shi.




Se despiden lanzándonos besos y nosotros nos quedamos pensativos, no sabiendo si estar tristes o contentos por ellos. Los Akha llegaron a Tailandia desde el Tibet hace unos cincuenta años y tan sólo los mayores conservan sus tradiciones.

Tras comer en otro buffet libre en Mae Sai visitamos la ciudad, que es la más al norte de Tailandia. Llegamos hasta la frontera con Myanmar (antigua Birmania) y luego damos un paseo por el mercado local. Aprovechamos para comprar marionetas y un elefante de la suerte (por el cual no he sabido regatear).



Tras esta visita seguimos camino hasta Chiang Saen donde se encuentra la frontera fluvial del rio Mekong entre Tailandia y la república de Laos. Una lancha nos lleva hasta el otro lado del río, entramos en Laos y aprovechamos para hacer compras en un mercadillo para turistas montado por gente de la tribu Yao. Por allá juegan unos niños y, ya que nos sobran caramelos, les damos unos cuantos dulces. Mientras tanto, Paco se divierte asistiendo a unas apuestas con unos amigos suyos; allá donde vayamos él siempre conoce gente, ¡menudo perro viejo!.





Volvemos a Tailandia y en Chiang Saen subimos al templo Wat Phra Dhat Jom Kitti, que también tiene el aliciente de un mirador sobre el río Mekong y el famoso "Triángulo del Oro". Así se denomina la zona fronteriza entre Tailandia, Myanmar y Laos que durante muchos años concentró el tráfico de opio, el "oro", con el que comerciaban mafias de toda Asia. De subida al templo compramos tres pantalones Camel por menos de 30 euros (1100 baths) en una tienda de chinos.





Viajamos de nuevo hacia el sur, a Chiang Rai, mientras anochece. Paco se ha dejado la chaqueta en un bar en el que nos esperaba mientras subíamos al templo, la recogerá la semana que viene.
Llegamos al hotel en Chiang Rai, nos duchamos, cenamos menú europeo, nada del otro mundo, y salimos al mercado nocturno donde nos compramos una maleta gigantes por unos 20 euros (950 baths) tras un duro regateo. El mercadillo es pequeño pero suficiente para que se nos haga la hora de ir a dormir.