lunes, 8 de diciembre de 2008

La montaña del Phu Kradueng


Esta mañana nos toca hacer un trekking por el Phu Kradueng,
una montaña de más de 1200 metros. En este viaje nos acompaña Miki, pues Henk tiene que acompañar a la pareja canadiense, Steve y Dominique, a la escuela de Khampom a visitar a los niños.
Aunque al principio no me gustaba la idea de ir solos con Miki, pues pensaba que nos podía retrasar por estar menos preparada físicamente y además no nos estábamos comunicando bien, al final del día pudimos ver que fue todo un acierto.
El trayecto desde Khampom hasta el parque nacional del Phu Kradueng dura dos horas y media. Vamos con el señor Jing, un buen chófer, y con Miki. Durante el camino paramos en un 7-eleven, donde compramos varias latas de Nescafé Ice Expresso, café refrescante gracias al cual por fin me quito la sensación del Jet Lag que tenía desde la llegada hace tres días a Tailandia.
Llegamos al Parque Nacional del Phu Kradueng a eso de las 9:30. En la entrada hay una especie de museo en la que resalta el esqueleto de un elefante blanco. 


Antes de comenzar el trekking propiamente dicho adelantamos un anciano monje budista, y yo no me puedo estar de pedirle que pose con nosotros mientras Miki nos hace una foto. Se puede observar como él se aleja un poco de Silvia, tal como su religión les obliga a evitar cualquier mínimo contacto con las mujeres.


Comenzamos el trekking Miki, Silvia y yo con una dura subida desde buen principio, ya sea con escalones o sobre tierra. Pronto comenzamos a adelantar algún grupo de personas, tailandeses todos, mientras que, a su vez, porteadores con largos palos cargados en sus extremos por equipajes nos superan rápidamente. Resulta que en la cima de la montaña hay un cámping inmenso con tiendas y bungalows, donde muchos tailandeses gustan de pasar unos días disfrutando de auténtica naturaleza. Desde allí arriba parten nuevas rutas de trekking para realizar bonitas excursiones de un día. Los turistas pueden contratar a estos porteadores para que les suban sus equipajes a razón de quince baths por kilo. Personalmente lo considero un precio muy bajo, el trabajo es muy duro y en pocos años estos porteadores tienen que abandonarlo por problemas en sus rodillas. El señor Jing nos contó posteriormente que él hacía un cuanto tiempo había sido uno de estos porteadores y que en su tiempo cobraban cinco baths por kilo ( 44 baths son un euro, más o menos). Creo que nunca me iré a trabajar a Tailandia.
Antes de llegar a la primera parada de avituallamiento nos alcanza una chica de unos treinta y cinco años, se llama Nulek y trabaja en un puesto en lo alto de la montaña. Nos acompañará todo el recorrido siendo nosotros una buena compañía para ella y ella para nosotros.
Sudorosos y fatigados llegamos a la primera parada de avituallamiento: Sam Haek, a una altitud de 400 metros sobre el nivel del mar. 



Allí hay muchos puestos de comida, en uno de ellos probamos fruta como lichis y tamandil, esta es una fruta que me recuerda un poco a unas uvas pasas amargas y bañadas en sal, un sabor entre dulce, amargo y salado muy curioso. Además dicen que es muy buena para ir de vientre de forma regular.



Tras una parada de media hora seguimos caminando y hablando en grupos, Silvia y yo, Miki y Nulek. Poco a poco el ambiente entre los cuatro se hace más relajado y comenzamos a bromear con temas como el idioma, o sobre los tigres y osos que podemos encontrarnos.



Esta segunda etapa es un poco más suave, pero aún así, llegamos a la siguiente parada de avituallamiento más sudados y fatigados. Estamos en Sam Korn Sarng, a 700 metros de altitud. Aquí aprovechamos para comer un buen bol de noodles con salsa de pescado, varias cucharadas de azúcar y un pellizquito de guindilla, en mi caso, y un par de cucharadas de ésta en el caso de Miki.


Ella me incita a pedirme sop-tram, ensalada de papaya, así que me pido un bol que al final no es nada del otro mundo pues no le han puesto la famosa salsa de pescado putrefacta.



Seguimos el paseo que, gracias a nuestras compañeras thais, es fantástico, pues Miki nos permite interactuar con la gente y así echarnos todos unas risas con nuestras diferencias culturales. Incluso comiendo he puesto Coti y Jarabe de Palo y Miki me ha pedido que le envíe varias canciones por mail.
El camino sigue poco a poco pues esta tercera etapa es casi tan dura como la primera, y además es más larga. Las chicas thai suben mucho más tranquilas, sin prisas. Alcanzo la tercera parada de avituallamiento un poco adelantado al resto. Esta parada es la de Sam Kok Done, a casi 900 metros de altura. En un puesto de comida veo una chica que me recuerda a la Marion Jones pero en thai, le pido si tiene coco y me indica chocolate; después de un par de minutos me entiende y coge un coco que yo no había visto, de color verde; le corta un extremo con un machete y pone en el hueco una pajita, está buenísimo!!!. 



En ese momento llegan las chicas, entre Silvia y yo nos bebemos y comemos el coco y nos subimos a unos puestos de ropa donde compramos un par de camisetas. El precio final de 200 baths (cinco euros) por las dos tras el típico regateo deja contento al vendedor, que se echa unas risas con una colega suya mientras nos vamos.
Me quedo solo en mi voluntad de continuar, se hace tarde y Miki teme que se nos haga de noche. Tras despedirnos de Nulek comenzamos a bajar a ritmo tranquilo. En cada etapa nos paramos a descansar. Por el camino nos encontramos dos porteadores llevando una persona, y dos mujeres caminan detrás; Miki nos explica que son unos turistas que habíamos adelantado en la subida y que el hombre se ha torcido el tobillo por lo que no puede subir andando. Silvia en ese momento salta un "Ay, poor man!", y en ese momento ella y yo nos acordamos de la Mireia, nos reimos a carcajadas mientras Miki nos mira sin entender nada. 



Al llegar a la última etapa unos universitarios de Khon Kaen nos demuestran sus conocimientos sobre deportistas españoles, mucho mayor que el nuestro de deportistas tailandeses.
Al llegar a la base de la montaña, con las rodillas muy cargadas y casi tan sudados como en la subida, Miki nos invita a darle las gracias al Gran Padre de la montaña. Quemamos nueve barritas de incienso y hacemos tres reverencias arrodillados,¡ah!, y dejamos una pequeña limosna nos dará suerte.



Cogemos la furgoneta y volvemos de noche cerrada a Khampom, donde nos espera un espectáculo de danza por parte de unas niñas de la escuela del pueblo. El ambiente es muy agradable.


Es nuestra última noche en la aldea, mañana toca ir a Pitsanulok, de camino trekking por el parque natural de Nam Nao. Tal como nos echamos en la cama caemos en un profundo sueño...




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