lunes, 8 de diciembre de 2008

De Bangkok a Khonkaen

Joer que sueño!, las 6:30, nos duchamos y salimos a desayunar. En el buffet coincidimos con una pareja catalana en la cual nos hace gracia que el tío está de un mal humor importante, suponemos por el dolor de cabeza que dice tener; se le nota muy borde en su trato con el pobre guía tailandés.

A nosotros nos viene a recoger otra guía tailandesa que habla castellano. Nos lleva al aeropuerto de Don Muang, el de los vuelos internos, para coger nuestro vuelo dirección Khon Kaen, al sudeste del pais, donde nos esperan tres días de convivencia con una familia tailandesa en su propia casa. No sabemos que nos espera y estamos un poquito acongojados.

El avión de la Thai Airlines es super cómodo, las azafatas van a piñón repartiendo zumos, galletitas y café en los cuarenta minutos que dura el vuelo. Nos acordamos de la porquería de avión de la KLM que nos trajo 24 horas antes, aún no nos explicamos como pueden aún utilizar estos aviones para viajes tan largos, tanto que se habla del mal de la clase turista.

Al llegar a Khon Kaen nos esperan dos personas, Henk, un guía holandes y Miki, una guía tailandesa. Con ambos nos entendemos en inglés, algo que nos puede ir bien, aunque tengamos que esforzarnos más en comunicarnos.

Nos llevan a Kampoh, una aldea a 30 kilómetros de Khon Kaen. Allí conocemos a Noreen, su mujer, una tailandesa que, según nos dice Henk, cocina de fábula. Aunque conviviremos todos los días con Henk y Noreen, dormiremos en una habitación de otra vivienda de unos tailandeses del pueblo, con los que en principio no tendremos ningún contacto. La habitación es limpia pero sencilla, con un retrete sin cadena, sino que hay que coger agua de un bidón con una cacerola y lanzarla al retrete. La habitación tiene mosquitera en las ventanas, alguna de ellas no tiene vidrios, pero dudo que tengamos frío por la noche.

Después de dejar nuestras cosas, nos vamos con Henk, Noreen y Miki a comer unos noodles en un puesto de comida a la entrada del pueblo. Es nuestro primer contacto con la cocina thai. Nos sorprende que en el bol de noodles mezclan tanto guindilla como azúcar para contrarrestarla. Es una mezcla curiosa y agradable. Con los noodles, que no dejan de ser fideos de pasta de arroz, se añade carne de cerdo o de ternera.


Tras la comida nos vamos a ver como trabaja la gente del pueblo en los campos de arroz. Van todos completamente tapados, excepto ojos, nariz y boca. Es necesario protegerse del sol, que aprieta con una fuerza despiadada. Los vecinos se ayudan unos a otros, así cada día toca segar el campo de uno de ellos, hasta que todos los campos han sido segados.



Después de segar un campo, al día siguiente un vehículo viene a recoger las espigas del arroz, que serán transportadas para extraer los granos de cada una de ellas y a continuación a cada grano se le quita la cáscara, quedando tan solo el grano blanco que todos conocemos. Lo curioso, es que esa cáscara que se desecha es el componente del arroz más saludable.

Después de ver cómo trabaja la gente el arroz volvemos a casa a descansar un rato, hace mucha calor y nosotros aún arrastramos el jet lag. Dormimos demasiado y no podemos ir a dar la vuelta por el pueblo que pensábamos dar con Miki después de la siesta. Nos levantamos para cenar. La cena preparada por Nareen está buenísima. Como no, hay arroz, sopa de noodles, cerdo en salsa picante, pollo y además pescado delicioso (aroe mai krab!).


Tras la cena hacemos un buen rato de sobremesa, en la que hablamos de los planes para el día siguiente, de nosotros, de ellos...y a dormir.

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